En la década de los 60s los servicios sanitarios en el país, eran de una ostentosa ausencia existiendo para esos años unos 44 hospitales y 26 odontólogos, siendo el nosocomio Juan Pablo Pina de San Cristobal, ciudad natal del Jefe, el más completo de aquellos tiempos, una especie de Plaza de la Salud o el Cedimat de hoy.
Justo en ese peroodo, entrábamos a esa efervescencia de la juventud que forman los años de teenager, donde los ojos no bastaban para mirar las muchachas en la fiestas, en la escuela y ambientes aledaños en aquel Arroyo Hondo capitalino de cultura rural para entonces.
Ahí, también, se inicia mi periplo clínico dental con las extracciones que se hacían en el hospital Padre Billini, ante cualquier mínimo daño -carie- que presentara una pieza, aunque fuese la misma muela del juicio. Así, perdí, cierta combinación de dientes y molares que aunque seguía en el ejercicio competitivo escolar y social, afectaron mi autoestima y la espontaneidad de mi sonrisa.
Recuerdo, que en los primeros años de esa bella adolescencia, mi dentadura era hermosa, provocadora de unas carcajadas contagiantes, hasta que se fueron perdiendo piezas. Y, al adquirir la capacidad de procurar y costear los servicios odontológicos con el avance de la década, inicio mis tratamientos mandibulares con dentistas capacitados, pero de bajos costos y resultados satisfactorios para mis exigencias y posibilidades en esos tiempos.
Dando un salto temporal, migro a Miami en 1986 y allí, cambia el panorama de los servicios y tratamientos clínicos dentales. Mejoran los resultados como producto de la mejora en mi capacidad de pago. Recupero mi sonrisa cuasi juvenil y con sus dotes contagiosos.
Sin embargo las causas anteriores de pérdidas y deformaciones continuaron a pasos lentos hasta llegar al punto de necesitar de una nueva “reconstrucción” bucal. Es justo ahí cuando decido venir a buscar asesorías y tratamiento al país. Llego a Santiago luego de desistir de algunas recomendaciones en la capital. Manejando por la Mella en La Trinitaria, por cosas del Azar, como diría el poeta hoy embajador en Roma Tony Raful, veo a Dental Cibao Spa. Me siento atraído por la imagen del edificio y al instante, hago la decisión de ir a consulta, sin previa referencia.
No recuerdo si hice cita o fui ambulante, el hecho es que me aparecí en Dental Cibao Spa. Llego, me reciben con el protocolo de señor Pablo y yo sugiero que me llamen Nelson, me invitan a un té, tan fino como los del The Empress Hotel en British Columbia en Victoria Canadá. Me hacen las tomas de placas necesarias y luego me convidan a la oficina de los Doctores. Se presentan e inicia el relato de las observaciones que cada uno de ellos tenían sobre mi condición bucal al momento. Año 2013 y, digo yo, que la misma era para esculturitas dentales. En mi caso, nunca antes, en mi ruta dental había sido abordado por tres médicos en junta consultiva para diseñar el trabajo que demandaba mi condición bucal. Me impresionó.
Argumentos, explicaciones, acuerdos y desacuerdos entre ellos y yo en el medio. Finalmente, presupuesto, condiciones de pago, fecha de inicio y… manos a la obra. Resultados: excelente trabajo, mi más grata satisfacción como paciente y la mejor expresión de mi sonrisa después de mis tiempos de teenager. Ya con la madurez de los años, me bastan las miradas para ver el mundo en todos sus matices y seguir sonriéndole a la vida.
Pablo Rodríguez, egresado de la UASD en ciencias de la comunicación social